lunes, 4 de noviembre de 2019

Velasco Ibarra murió por amor a Corita


“El gran ausente” de la política ecuatoriana, José María Velasco Ibarra, cinco veces presidente de la República, retornó a Quito el 15 de febrero de 1979 con el cadáver de su esposa Corina Parral, procedente de Buenos Aires donde residían, a “meditar y a morir”. El carismático líder era la premonición de la muerte.

Velasco Ibarra y Corina Parral


La muerte de Corita, como Velasco llamaba a su esposa, lo abrumó, aturdió, asombró. Hablaba constantemente del amor y la muerte.

El amor para el expresidente era “soñar y supervivir”. El amor de estos esposos supervivió porque siempre se comprendieron, eran una sola vida y un solo corazón; José María apoyó las ilusiones artísticas y literarias de Corita y ella la actividad política y de escritor de su esposo; no ambicionaron riquezas, querían ser y no tener, es decir servir, vivieron pobremente, pero con dignidad, constituyeron un ejemplo como pareja para los ecuatorianos.

Corita manifestaba que José María era todo bondad, caballeroso, noble, profundo, genial; José María la calificó como mujer de corazón y mente divinos, amor leal, valiente.

El morir para el prominente político era “vivir para siempre”; en los últimos días de “viejo huérfano”, como se autocalificó, se negó a comer; tuvo a su esposa en el pensamiento hasta el último instante. “Haga rezar por Corita, padre”, le decía repetidamente al sacerdote Tipán, que lo asistió espiritualmente.

Falleció en Quito el 30 de marzo de 1979, sus restos están enterrados en el cementerio de San Diego, en Quito, junto a los de su esposa. Juntos en la vida y en el más allá. Negaba que existiera la muerte porque “el amor ilumina la vida y transforma la muerte en resurrección”; ella murió al bajar de un colectivo, él murió de amor.

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