Medardo Ángel Silva en el parque Bolivar (parque de las iguanas) |
Cuando de nuestro
amor, la llama apasionada
dentro tu pecho amante, contemples ya extinguida ya que solo por ti la vida me es amada el día en que me faltes, me arrancaré la vida porque mi pensamiento, lleno de este cariño, que en una hora feliz, me hiciera esclavo tuyo, lejos de tus pupilas, es triste como un niño, que se duerme soñando, en tu acento de arrullo.
y quisiera ser todo, lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tú mismo aliento,
para poder estar más cerca de tu boca
dentro tu pecho amante, contemples ya extinguida ya que solo por ti la vida me es amada el día en que me faltes, me arrancaré la vida porque mi pensamiento, lleno de este cariño, que en una hora feliz, me hiciera esclavo tuyo, lejos de tus pupilas, es triste como un niño, que se duerme soñando, en tu acento de arrullo.
y quisiera ser todo, lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tú mismo aliento,
para poder estar más cerca de tu boca
para envolverte en besos, quisiera ser el viento,
perdona si no tengo, palabras con que pueda,
decirte la inefable, pasión que me devora;
para expresar mi amor, solamente me queda,
rasgarme el pecho amada y en tus manos de seda,
dejar mi palpitante corazón que te adora.
El guayaquileño Medardo Ángel
Silva (1898-1919) era un joven poeta moreno, nervioso, teatral, precipitado,
escribía aceleradamente, como si presintiera el viaje eterno; así lo describió
su amigo el también poeta José María Egas, pues eran compañeros en el Colegio
Fiscal Vicente Rocafuerte. Portaba espejuelos, de regular estatura, pulcro en
el vestir, por lo general de terno oscuro.
Vivía cerca de una chiquilla
sencilla, de 15 años, Rosa Amada Villegas, de quien se enamoró locamente en
1918 cuando la conoció. El 10 de junio 1919, a las ocho de la noche, llegó la
tragedia para el poeta. ¿Qué ocurrió? Le preguntó José María Egas a la joven. Ella
respondió: “Conversábamos, de pronto Medardo tuvo celos, buscó la puerta y dijo
que ya no regresaba. De pronto se sentó en el sofá y se disparó en la cabeza”.
En el reconocimiento legal se determinó que el proyectil entró por la sien
derecha.
Años más tarde, Rosa Amada
Villegas, declaró al periodista Hugo Delgado Cepeda que Medardo Ángel Silva
escribió el poema El alma en los labios para ella, con tinta roja, a puño y
letra y firmado abajo.
La poesía se convirtió en
pasillo, vibra en la voz de Julio Jaramillo, Karla Kanora, Los hermanos Miño
Naranjo, Hilda Murillo, de los enamorados, de los estudiantes, de los obreros…
entró hondo en el alma del pueblo.
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