Los cinéfilos todavía recuerdan a
la divina y enigmática actriz sueca Greta Garbo (1905-1990). Impresionaba por
su belleza irrepetible: un rostro cuyos rasgos eran perfectos; la nariz, el mentón,
la boca, las mejillas, la frente estaban en gran equilibrio.
“Te encuentras con una cara como
esta ante la cámara una vez cada siglo”, declaró el director sueco Mauritz
Stiller después de que culminó la película La expiación de Gösta con Greta como
protagonista.
Debutó en Estados Unidos en 1926
con El Torrente. De la película La Divina que filmó en 1928 surgió el apelativo
que la caracterizó para siempre. La Academia de las Letras y Ciencias
Cinematográficas de Hollywood la nominaron 4 veces para el Óscar por sus
actuaciones en Anna Christie, Romance, La dama de las camelias y Ninotchka,
pero nunca ganó; no asistía a fiestas y tenía pocos amigos.
Anunció su retiro en 1941; cuando
tenía 35 años, inaccesible, estuvo llena de secretos, su vida fue privadísima.
En 1954 le concedieron el Óscar honorífico, pero no se presentó para recogerlo;
como tampoco se presentó a la boda con el actor John Gilbert, se convirtió en
leyenda.
Greta Garbo con John Gilbert |
Sostenía que “el artista que crea
debe ser un espíritu raro y solitario”; eludía a fotógrafos y periodistas, deseaba
que la dejaran en paz. La Divina trabajó en 10 películas mudas y en 14 con
sonido, pero conmocionó al mundo del cine al retirarse a los 35 años y
desaparecer de la vida pública; vivió durante casi medio siglo encerrada en un
lujoso apartamento de 7 habitaciones del elegante lado este de la ciudad de
Nueva York, salía a las tiendas a comprar antigüedades e iba al cine durante la
tarde y para no ser reconocida llevaba el cabello cano.
Las cenizas de la solitaria diosa
del cine fueron enterradas finalmente el 17 de julio de 1999 en su ciudad natal
de Estocolmo, luego de más de nueve años de su muerte.
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