Adalides de la libertad
ecuatoriana, en honor a la verdad histórica, tuvieron que ver con el
esclavismo, por los tiempos en que vivieron y por sus circunstancias personales.
Nuestro gran poeta prócer, José
Joaquín de Olmedo, quien elogió y defendió a la raza indígena, pidió la
abolición de las mitas y de toda servidumbre personal; le escribió, entre otras
cosas, a su cuñado Francisco Icaza de Silva, el 25 de marzo de 1842: “También
piense Ud. en que a pesar de la experiencia que tengo, de que todo negocio con
el gran compañero me sale mal, no me he podido excusar de entrar en uno sobre una
partida de esclavo que debe venir de Barbacoas”. (Luis Noboa Icaza. Estudio
sobre Olmedo. Página 102. Junta Cívica de Guayaquil 1973).
La heroína quiteña Manuela Sáenz
tuvo dos esclavas afrodescendientes: Jotanás y Natán. Claro está que terminaron
por ser compañeras de vida y desafíos.
El exmandatario José María Urvina
abolió en 1851 la esclavitud en el Ecuador, eliminó las “protecturías” de indígenas
(forma disfrazadas de esclavitud); prohibió el cobro anticipado de los
impuestos a los indios y llegó a dar la posesión del agua a comunidades campesinas
de la Sierra, que disputaban con terratenientes del sector. Sin embargo, la institución
esclavista del huasipungo supervivió a todas las transformaciones políticas,
incluida la Revolución Liberal, hasta que la Junta Militar de Gobierno
(1963-1966) terminó con él.
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