sábado, 4 de enero de 2020

Amantes de la libertad, pero esclavistas



Adalides de la libertad ecuatoriana, en honor a la verdad histórica, tuvieron que ver con el esclavismo, por los tiempos en que vivieron y por sus circunstancias personales.


Nuestro gran poeta prócer, José Joaquín de Olmedo, quien elogió y defendió a la raza indígena, pidió la abolición de las mitas y de toda servidumbre personal; le escribió, entre otras cosas, a su cuñado Francisco Icaza de Silva, el 25 de marzo de 1842: “También piense Ud. en que a pesar de la experiencia que tengo, de que todo negocio con el gran compañero me sale mal, no me he podido excusar de entrar en uno sobre una partida de esclavo que debe venir de Barbacoas”. (Luis Noboa Icaza. Estudio sobre Olmedo. Página 102. Junta Cívica de Guayaquil 1973).

La heroína quiteña Manuela Sáenz tuvo dos esclavas afrodescendientes: Jotanás y Natán. Claro está que terminaron por ser compañeras de vida y desafíos.



El exmandatario José María Urvina abolió en 1851 la esclavitud en el Ecuador, eliminó las “protecturías” de indígenas (forma disfrazadas de esclavitud); prohibió el cobro anticipado de los impuestos a los indios y llegó a dar la posesión del agua a comunidades campesinas de la Sierra, que disputaban con terratenientes del sector. Sin embargo, la institución esclavista del huasipungo supervivió a todas las transformaciones políticas, incluida la Revolución Liberal, hasta que la Junta Militar de Gobierno (1963-1966) terminó con él.

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