Todos la conocían solamente como
Herminia en un vecindario humilde de Guayaquil. Vivía sola en un cuartito y
hablaba poco, a veces, no pasaba del saludo. Salía a las ocho de la mañana y
regresaba a las ocho de la noche. Se encerraba. Nadie sabía quién era esta
señora de más de sesenta años ni adonde laboraba.
Suponían que era una empleada doméstica
porque traía un poco de comida y de vez en cuando ropa usada y unos tarros de
lata vacíos.
Cierto día, Herminia, no salió a las
ocho de la mañana ni al segundo día tampoco. Al tercero, los olores
nauseabundos alarmaron al vecindario, que llamó a la Policía. Los gendarmes
derribaron la puerta…. y encontraron el cuerpecillo descompuesto, rodeado de
unos veinte tarros de lata (que usaban los comerciantes para envasar manteca
vegetal o de cerdo) llenos de monedas, constituían el tesoro que acumuló la
solitaria pordiosera en tantos años.
De anónima pasó a famosa
porque los diarios destacaron la noticia, pero no se presentaron familiares a
reclamar el dinero ni el cadáver.
Gracias por haber leído este cuento, muy
pronto te escribiré más.
#dinero
#dinero
Nada nos llevamos a la muerte, tal vez la costumbre de ella era de pedir pero no sabía que hacer con ese dinero, por su ignorancia
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