viernes, 18 de octubre de 2019

El primer karateka de Guayaquil fue un gay confeso


La escena se desarrolló en un salón de bebidas alcohólicas de un peligroso barrio de Guayaquil, situado en las calles Colón y Machala. Un gay confeso, motejado como El Tuerto Alfonso, bailaba con un vaso lleno de cerveza en la frente al ritmo de la rockola, la guaracha EL Corneta, que cantaba el Jefe Daniel Santos.


Tragos van y tragos vienen, un corpulento estibador de bananos, cabreado, insultó al Tuerto Alfonso, y lo desafió a fajarse a puñete; el gay lo enfrentó varonilmente y en la primera entrada lo soñó con golpes de su pie derecho en la cara del desafiante. Sus amigos le echaron agua en la cara para que despertara. ¿Qué pasó?, ¿qué pasó?... repetía.
El estibador incrédulo no aceptaba lo que le habían dicho: El Tuerto Alfonso, alto y delgado, era muy hábil con los pies, manos y cabeza para pelear. Sin querer, por instinto, se convirtió en pionero de las artes marciales. 
En la época de los años sesentas se consideraba equivocadamente que los gais eran seres débiles y fácil para golpearlos; pero hubo excepciones, como Alfonso y otros: el gay fisicoculturista afroecuatoriano, Hugo, en el barrio de Lorenzo de Garaycoa y Manabí soñaba de un puñete a cualquier malcriado que intentara burlarse de él; reconocían que eran gais; pero muy valientes para enfrentar a cualquier bravucón.

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