lunes, 18 de noviembre de 2019

Cara seria… cuerpo pecador


Lastheny era toda virtud, se jactaba de ser feliz y haberse casado para toda la vida. Daba continuamente consejos a sus compañeros de trabajo acerca de la fidelidad en el matrimonio, a pesar de las limitaciones económicas. Se desempeñaba en dos empleos cuando su adorado esposo, Gilberto, bajito, trigueño, gordito, quedó desempleado. Ella, trigueña, alta y delgada, no era una bella que encantaba ni una fea que espantaba, corriente como dicen. Muchos compañeros la cortejaban; pero no cedía hasta que se cansó de su vago, diabético y feo marido y lo mandó a volar; se enamoró perdidamente de su jefe Rodolfo y no le importaba que murmuraran, pues el ofendido no se fue del hogar y todos los días concurría a la salida de la institución para esperarla pacientemente más de una hora.


Rodolfo era feliz dentro; Gilberto, afuera. Lastheny perdió su cara seria y disfrutaba de su cuerpo pecador; mientras sus frustrados admiradores le cantaban burlonamente al pasar: “¿Por qué te hizo el destino, pecadora?”.  

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