viernes, 15 de noviembre de 2019

Tarzán, el comemuertos


Un caballero comprobó cierto día que el costoso anillo con el que sepultó el padre estaba en venta en una joyería. Poco después, una señora se estremeció al encontrar colgado en una casa de compra y venta el vestido de novia que le puso a la hija para el velatorio y con el que la sepultó.

Las dos denuncias inquietaron al comandante de la Policía, Manuel Carbo Paredes, para montar guardia durante varias noches en el Cementerio General de Guayaquil… el comemuertos cayó. Se llamaba Víctor González Navarro, alias Tarzán. Reconoció que había imitado a algunos individuos que desde mucho tiempo profanaban tumbas. Confesó que aprendió de los panteoneros Benito Suárez y Manuel Santos Delgado. La prensa destacó el hecho el 25 de marzo de 1941.

El hermano menor de Tarzán era el encargado de escoger las bóvedas para abrirlas y robar. La madre era obligada a lavar y luego planchar la ropa de los muertos para que la conviviente, María Chonillo, las llevaba a empeñar o vender; formaron una empresa delictiva.

Tarzán acostumbraba vestir elegantemente, pues usaba los trajes de los muertos que le quedaran a la medida; en la casa escondía varios cráneos.

Entraba borracho al cementerio, imaginaba que los muertos le salían al paso para evitar que les robara. Declaró que los insultaba y ejecutaba movimientos amenazantes para que no lo molestaran.

Las personas que visitaban la vieja Cárcel Municipal de la calle Julián Coronel le pagaban un sucre a Tarzán para conocerlo; lo encontraban con su cara larga y su boca desdentada entre las rejas. 

La profanación de tumbas al estilo de Tarzán y su empresa continúa; cada cierto tiempo sucede en los barrios suburbanos y pueblos aledaños a las ciudades.


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