Anthony era un joven muy enamorador, galán de moda, se
jactaba de ser un gran conquistador de mujeres: jóvenes o maduras. Concurría a
las fiestas, restaurantes de lujo, discotecas, cines con el propósito de “levantarse
una hembra”, como el solía decir.
Cierto día decidió ir a cenar al restaurante de un hotel,
donde encontró a una joven que también cenaba sola; intercambiaron miradas y se
acercaron para conversar y beber.
Tragos van y tragos vienen, Anthony convenció a la joven
desconocida, para tener relaciones sexuales; se quedó dormido hasta el otro día
y cuando buscó a la pareja solo encontró la leyenda: “bienvenido al mundo del
sida”, escrita con lápiz de labio en el espejo de la habitación… ¡Qué chuchaqui
mortal!
Vale decir que murió por confiado, por no usar preservativo;
como acostumbran muchos ecuatorianos que han corrido la misma suerte.
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