Eran los tiempos del papa Juan
XXIII y el Concilio Vaticano II en que hubo una verdadera revolución en la Iglesia
Católica.
Para Pepe Gómez, la Teología de la
liberación era una reflexión de fe iluminada por el Evangelio a partir de una
realidad concreta: la pobreza. En su parroquia, Cristo liberador, rescató la
religiosidad popular de “ciertas perversiones” a las que estaban acostumbrados los
fieles, como la de sobar al santo y forrarlo de billetes para que hicieran
milagros. El clero conservador lo cuestionó por celebrar la misa de frente a
los feligreses, en castellano y no en latín, con acompañamiento de guitarras.
Manifestaba cosas que no siempre
gustaban a todos. Sobre el control de la natalidad opinaba que era la pareja la
que debía decidir cuántos hijos tener, de acuerdo con un asesoramiento; y si la
Iglesia no garantizaba los métodos que recomendaba, tampoco podía condenar bajo
pecado los métodos usados por los cónyuges. Estaba de acuerdo con la abolición
del celibato obligatorio, porque la mujer humaniza al hombre.
En agosto de 1976 fue arrestado
junto a monseñor Proaño, obispo de los indios, Adolfo Pérez Esquivel, premio
Nobel de la paz, obispos de diferentes países en Santa Cruz, lugar de reuniones
de la diócesis de Riobamba. La policía militar los arrestó a todos ellos para
llevarlos a Quito, aunque no conspiraban, sino que intercambiaban experiencias
para formular proyectos de interés para la sociedad; pero por el gran revuelo
nacional e internacional tuvieron que liberarlos al día siguiente.
Pepe Gómez no buscaba a Dios en
las nubes, sino en el prójimo, es decir en los pobres. Sostenía que lo de “Cura
de izquierda” era relativo porque él estaba más o menos a la izquierda de
alguien, pero demasiado a la derecha de Dios.
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