La tradición surgió en España en el siglo XVIII, como una
celebración en la Semana Santa, pues confeccionaban monigotes que representaban
a Judas Iscariote (el discípulo que traicionó a Jesús por treinta monedas de
plata) para apedrearlos e incinerarlos en plazas y otros lugares públicos como
represalia.
Esta tradición pasó a América, con características propias;
en México observé que la quema de Judas efectúa el sábado de gloria por
intermedio de muñecos elaborados con cartón, carrizo y papel, adornados primero
con fuegos artificiales que estallan paulatinamente para cobrar una especie de
explosiva venganza contra quienes consideran han causado males a los
ciudadanos: políticos, artistas, deportistas… El pueblo decide quién es el
personaje (Judas) más quemado.
En Uruguay queman a Judas desde mediados de noviembre hasta
la Nochebuena; en otros países como Ecuador y Colombia, el 31 de diciembre
incineran al monigote que representa al año viejo, para dar la bienvenida al
nuevo año.
Existen quienes hayan similitudes de estas quemas con la
extravagante tradición de las Fallas de la provincia española de Valencia, que
durante una semana, 12 al 19 de marzo, se entrega a primitivos impulsos y
celebra “el secreto del fuego”; calles y plazas se llenan de Fallas, conjuntos
de figuras de carácter burlesco dispuestas sobre un tablado, y en el tiempo de
diez minutos de gran explosión estallan hasta 100 kilos de pólvora, que
supuestamente exorcizan a los espíritus malignos, la multitud aplaude y celebra
la primavera, el 19 de marzo; en Gandía existían fallas en el siglo XVIII para
la celebración de san José.
La palabra “fallas” procede de la lengua árabe que hablaban
los moros que reinaban en Valencia en el siglo XIII, tiene su origen en la
palabra latina “facula”, que significa varita de fuego o antorcha; por
connotación: hoguera.
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