Cada día muere un amigo, un
conocido, un hombre del pueblo que tiene que salir a trabajar para comer, un
hombre o una mujer que fueron lustres de la patria… lamentamos sus partidas,
sin despedidas, sin flores, sin velatorios, sin discursos porque la pandemia
del coronavirus acecha.
Familiares de los fallecidos van
a los hospitales con mucho valor y amor en busca de sus muertos para
sepultarlos; en algunos casos el contagio aumenta, el amor y la tradición son
más fuertes que el miedo.
El miedo, siempre el miedo, al
cual vencemos gracias a Dios, las medicinas y los cuidados. Creemos, ante tanta
desgracia, que la muerte no es el final del camino porque es un encuentro con
Dios, con nuestros familiares y amigos, la resurrección es la esperanza.
Bien dijo el poeta, sacerdote y
revolucionario, Ernesto Cardenal: “La única esperanza para mí ante este final (…)
es la creencia en la resurrección. Tengo una profunda fe en la otra vida”.
Tener un buen sistema de salud e
invertir en la investigación científica es la lección que deja esta pandemia,
que la vida está ante todo, que los ciudadanos debemos cuidarnos porque somos
frágiles antes los virus; no más muertos por confiados.
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