A mis enemigos
¿Qué os hice
yo, mujer desventurada,
que en mi
rostro, traidores, escupís
de la infame
calumnia la ponzoña
y así matáis
a mi alma juvenil?
¿Qué sombra
os puede hacer una insensata
que arroja
de los vientos al confín
los lamentos
de su alma atribulada
y el llanto
de sus ojos? ¡ay de mí!
¿Envidiáis,
envidiáis que sus aromas
le dé a las
brisas mansas el jazmín?
¿Envidiáis
que los pájaros entonen
sus himnos
cuando el sol viene a lucir?
¡No! ¡no os
burláis de mí sino del cielo,
que al
hacerme tan triste e infeliz,
me dio para
endulzar mi desventura
de ardiente
inspiración rayo gentil!
¿Por qué,
por qué queréis que yo sofoque
lo que en mi
pensamiento osa vivir?
Por qué
matáis para la dicha mi alma?
¿Por qué
¡cobardes! a traición me herís?
No dan
respeto la mujer, la esposa,
La madre
amante a vuestra lengua vil...
Me marcáis
con el sello de la impura...
¡Ay! nada!
nada! respetáis en mí!
Recordemos que en 1871 se
instituyó la pena de muerte en el Ecuador y en 1906 desapareció para establecer
infracciones con penas de reclusión mayor y menor. La poetisa y escritora Dolores
Veintimilla de Galindo (1829-1857) fue la precursora de la lucha por la
abolición de la pena de muerte. Defendió a la población indígena; también fue
la precursora del romanticismo en el Ecuador.
El 20 de abril de 1857 fue
fusilado el indígena Tiburcio Lucero en Cuenca. Lo acusaron de supuesto parricidio.
Dolores Veintimilla publicó una Necrología en la que se proclamó en contra de
la pena de muerte. La sociedad entonces la condenó. No la perdonaron; Fray
Vicente Solano, defensor de la pena de muerte, también la atacó.
Dolores Veintimilla tenía 28 años
de edad cuando decidió suicidarse con veneno por tanta incomprensión. Su muerte
no contribuyó a que cesara el odio. Fray Vicente Solano, cual neurótico, siguió
con su tema en el periódico La Escoba. Escribió: “En nuestro siglo hay una
tendencia marcada a la abolición de la pena de muerte y esto no puede provenir,
sino de las cosas, o del desprecio a la religión o del deseo de ver trastornada
la sociedad con la impunidad de los crímenes. Esta mujer, con tufos de
ilustrada había hecho apología de la pena de muerte. Se suicidó con veneno
porque no pudo sostener su cuestión contra los que había atacado”.
El cadáver de Dolores Veintimilla
fue arrojado a la quebrada Supay Huaicu en la ciudad de Cuenca. En el mismo
lugar, 30 años más tarde, echaron el cadáver de Luis Vargas Torres, quién fue
fusilado el 20 de marzo de 1887; ni siquiera les permitieron la entrada al
cementerio.
El literato y crítico Guillermo
Humberto Mata en un ensayo sobre Dolores Veintimilla escribió: “Dolores fue
impelida (incitada, estimulada) a suicidarse por acoso y hostigamiento de
cierta clase de sujetos indignos de la cuencanidad”.
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