viernes, 12 de junio de 2020

Los curas corruptos morían de miedo ante la presencia de García Moreno


García Moreno era el mandatario de hierro, enderezador de todo lo que andaba chueco en la República del Ecuador; amaba a los curas honrados, pero detestaba a los deshonesto que desprestigiaban la religión católica. Emprendía viajes breves, montado en su caballo, y acompañado de su fiel edecán de apellido Pallares para visitar pueblos en los que había denuncias por el relajamiento moral de los sacerdotes. Pasaba inadvertido como cualquier ciudadano, disfrazado de comerciante en busca de negocios; nadie lo reconocía.

Dormía en el pueblecito de Sicalpa, en cierta ocasión, cuando una gran farra interrumpió su sueño. Decidió asistir a la fiesta. Sin inmutarse, observó que un sujeto alto, gordo, de doble papada bailaba como trompo, con señoras y señoritas incansablemente; tomaba trago, reía, abrazaba y besaba a las damas. Se indignó el mandatario cuando se enteró de que se trataba del cura de Sicalpa… ¡Pobrecito!
Poco después, las campanas de la iglesia llaman a misa. El cura farrista abandona la fiesta a la seis de la mañana para celebrar la santa misa, en estado de embriaguez… De repente aparece la figura imponente del presidente para cerrarle el paso y decirle al fraile que no podía dar misa. ¿Tú quién eres para impedírmelo? Vociferó el corrupto, pero se le quitó la borrachera al oír la respuesta: Gabriel García Moreno. El miedo lo enmudeció y palideció, se tambaleó y cayó pesadamente al suelo… murió de la impresión.

García Moreno era simplemente enemigo de la corrupción venga de donde viniere; puso en orden a los sacerdotes de costumbres licenciosas.



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