viernes, 27 de noviembre de 2020

El microtraficante arrepentido

 


Guacho, un microtraficante cuyo apellido no vamos a escribir aquí, decidió ingresar en el fatal negocio del microtráfico porque según él estaba sin hacer nada en la vida, pues no logró entrar a la universidad ni encontró trabajo. Con el estómago vacío se olvidó de la ética y los panas del barrio lo convencieron para vender droga a la entrada y salida de los colegios, barrios, discotecas, universidades.

Ganó dinero para vestirse bien y disimular. Se divertía en las discotecas inhalando cocaína, bailando y enamorando a la chica de su predilección. Se enamoró perdidamente de una compañera de negocio, Anita, alta trigueña de cuerpo cimbreante, admirada por su belleza. Pero la felicidad en la vida de los microtraficantes dura poco. Cayó en cana. Ahí supo cómo cantaba Daniel Santos que “los amigos son extraños y se olvida la humanidad”. En las visitas a la penitenciaría, Anita se enamoró de un guardia y dejó a Guacho.

Solo con su soledad, sobreviviendo entre ratas, reflexionó que “querer es poder”. Juró y rejuró que cuando saliera de la cárcel no iba a vender droga. Lo cumplió, aunque la banda lo amenazaba con matarlo.  Decidió dejarse crecer la barba para no ser reconocido y viajó a algún rincón del país, donde ahora vive tranquilo desempeñando cualquier trabajo honrado que logra.

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