Sus colegas, sus hermanos
médicos, demás miembros de la familia no toleraban que el cardiólogo Eduardo
Manrique Trujillo, guayaquileño, se presentara en televisión para hablar del
amor, el odio, la envidia, el rencor, el perdón, el sexo. Pretendían
humillarlo. Decían que era como una ramera arrepentida porque después de haber
sido alcohólico, recomendaba la sobriedad; de infiel confeso, aconsejaba la
fidelidad…
Reconocía ser católico, pero
aseguraba que los curas lo odiaban porque detestaba la rigidez de la norma y el
fanatismo y creía que Dios es demasiado grande para caber en una religión. Leía
dos horas diariamente la Biblia, especialmente Sabiduría y Eclesiastés. Todo lo
dejaba a Papi Dios, como él solía decir en sus programas televisivos guayaquileños.
Escribía libros motivadores,
practicaba kárate, judo, boxeo, fue seis veces campeón ecuatoriano de natación…
Seguramente por el alejamiento del alcohol, aprendía tantas actividades. Así se
mantenía sobrio y ocupado.
Lo cierto es que este cardiólogo
multifacético, querido por unos y envidiado por sus colegas, caló hondo en el
sentimiento popular. Muchas personas, a quienes no conocía, se les acercaban
para felicitarlo y agradecerle porque algunos de sus programas les habían
ayudado en un determinado momento.
Xavier Alvarado Roca, fundador de
Ecuavisa, le dijo entonces al cardiólogo que todo era cuestión de sentido
común. Y el sentido común lo llevó, también, a escribir artículos en las
revistas Hogar y La Verdad. Pero el sentido común del doctor Manrique ha
sido y es el menos común de los sentidos para los sufridores de lengua larga e
inteligencia corta.
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