miércoles, 18 de marzo de 2020

Elogio de la ceguera

Jorge Luis Borges


Decía el escritor argentino Jorge Luis Borges que la gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro; pero el mundo del ciego no es la noche que la gente supone.  Él no permitió que la ceguera lo acobardara: entregaba a su editor treinta poemas por año, para publicar un libro.  Treinta poemas significaban una disciplina porque él tenía que dictar cada línea.

James Joice, el irlandés autor de Ulises, manifestaba: “De todas las cosas que me han sucedido creo que la menos importante es la de haberme quedado ciego”.  Ha dejado parte de su vasta obra realizada en la sombra. Pulía las frases en la memoria. Trabajaba, a veces, una sola frase durante el día.

Pablo Hanníbal Vela


Nuestro poeta coronado, Pablo Hanníbal Vela, también quedó ciego. Pero siguió escribiendo para El Universo la columna Panorama de la Cultura. Confesó: “Gracias al dolor he vuelto a la patria del verso”. Entonces aparecieron sus libros: El arca sonora, El árbol que canta, Ante las ruinas de Ambato, Agua dorada y Lo que no dijo Esopo.

El político liberal, periodista, jurista y poeta ambateño Juan Benigno Vela Hervas quedó privado de la vista y el oído. Sordo y ciego, siguió luchando con frenesí por la familia y los compatriotas.

Para Borges la poesía era ante todo la música, ante todo lira, y lo visual podía existir o no existir en un poeta.  Creía que la ceguera debe verse como un modo de vida, uno de los estilos vida de los hombres, un instrumento más entre los muchos, tan extraños, que el destino nos depara. “Si el ciego piensa así, está salvado.  La ceguera es un don”, decía.


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